Hace unos días, un centenar de clientes de Telefónica pudieron visitar la sede de la compañía de noche. El privilegio se debe a que resultaron ganadores de un concurso que la propia compañía propone y que tiene como premio recorrer de manera exclusiva distintas instituciones que patrocina.
Cinco guías ataviados con disfraces de los años veinte explicaron los entresijos y secretos del emblemático edificio. Los afortunados pudieron recorrer las galerías subterráneas que hay bajo el rascacielos. Un tunel de 500 metros con las paredes cubiertas de cable llega hasta la Puerta del Sol.
El cobre iba por los tejados de Madrid, pero con la guerra civil se ocultó en estos subterráneos que, por otro lado, sirvieron de refugio para los corresponsales extranjeros y de lugar desde donde enviaban sus crónicas. El público nunca ha entrado en este sótano de cableado, nada menos que 78 kilómetros y cuatro de fibra óptica.
Pero la verdadera revolución del edificio fue su altura. La ley no permitía superar los 35 metros pero parece que la influencia económica propició que el alcalde permitiera llegar a casi noventa. Lo que le convirtió -durante algún tiempo- en el edificio más alto de Europa. La obra sólo duró tres años y para ello se colocó un cinturón de seguridad en la acera.
Los visitantes recorrieron las plantas nobles del edificio, pudieron ver sus lámparas de araña, los suelos de mármol blanco y verde, las puertas de arce y una colección de arte con obras de Eduardo Arroyo, Gordillo y Canogar. El viejo rascacielos de la Gran Vía se quedó pequeño. Todo apunta a que en él se proyecte un museo.
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