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Es difícil deslindar el art decó aerodinámico madrileño de muchos de los edificios- barco. Pero para hablar de ellos hay que contextualizar la corriente estética en su tiempo. Todo comenzó en los años veinte, cuando se reivindican los transatlánticos como modelos, por su precisión y belleza de líneas.

Fue en esta época cuando estos medios de transporte tuvieron su mayor éxito. Un esplendor que deslumbró gracias al art decó que revistió de  glamour el interior de iconos flotantes como el «Normandie». Viajar a bordo de un transatlántico implicaba vivir una experiencia de lujo, con un despliegue de artes aplicadas que los convertían en verdaderos catálogos flotantes.

Por fuera, los transatlánticos tenían un diseño más funcional y elegante. Será esta imagen la que copien algunos arquitectos para dar forma a edificios con estética de barco. La primera muestra de esta variante naval en España es el club Náutico de San Sebastián, obra de 1930 de Aizpurúa y Labayen, que fue quien desató la moda en nuestro país.

A partir de los años treinta, las casas y edificios adoptan elementos navales. Los chaflanes de los edificios se convierten en proas urbanas rematadas por caprichosos mástiles, faros, cabinas y astas. El aspecto de estas casas es inconfundible: balcones curvos, barandillas blancas y ventanas circulares como ojos de buey.

Era una arquitectura de naves encalladas en la gran ciudad, en unos años, de vocación marítima y playera. Que a veces se intentaba trasladar, como un refrescante espejismo, a una ciudad de secano como Madrid. Es el caso del complejo de piscinas La Isla (1931) de Luis Gutiérrez Soto, una espléndida nave que permaneció anclada en el río Manzanares hasta su derribo en los años sesenta. O su heredera directa, la piscina Stella, construida entre 1945-47 y aún en pie en una ladera junto a la M-30. Otros ejemplos de arquitectura naval madrileña son la Colonia Residencia en la Calle Pinar y aledaños o el edificios de la calle Modesto Lafuente 88.

Más información en Madrid Art Decó de David Pallol.

Piscina La Isla, Damián Flores