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La Casa del Duende es el nombre por el que se conoce la mansión de la calle Conde Duque esquina con la del Duque de Liria. La leyenda que hoy relatamos comienza con las reuniones clandestinas que allí tenían lugar al caer la noche.

Parece que en la planta baja de este edificio, anejo al terreno del palacio del conde duque y del Seminario de nobles, se daba cobijo cada madrugada a hombres embozados que apostaban grandes sumas de dinero en juegos de cartas.

Una noche hubo una disputa mayor de lo normal. De pronto, un pequeño hombrecillo apareció en la sala poniendo silencio con una voz profunda y grave. Nadie entendía cómo había entrado ya que sólo se podía acceder cuando se decía una señal concertada.

El duende despareció y el bullicio continuó. Pero, seguidamente, una docena de enanos armados irrumpió en la sala apagando las luces y golpeando a los que allí estaban reunidos hasta hacerlos marchar.

La casa fue cerrada y años después fue comprada por una noble señora, la marquesa de las Hormazas. Un día mientras decoraba sus estancias, los hombrecillos volvieron a aparecer. La mujer, aterrada por las posibles apariciones, decidió venderla.

El siguiente dueño fue un canónigo de Jaén. No era un hombre supersticioso, hasta que un día, mientras escribía una carta al obispo en la que le decía que no había conseguido un libro que le pedía, se le apareció un duendecillo con ese mismo libro. También él decidió marcharse.

Ante el temor que suscitaban aquellos pequeños hombres, se decidió hacer una procesión en la casa y rociarla con agua bendita. Los duendes fueron llamados para que aparecieran pero no dieron señales de vida.

Los vecinos de la villa saquearon la casa y después la incendiaron. Años después, nueve enanos aparecieron entre los escombros, de una trampilla que había muy disimulada en el piso bajo. No eran otra cosa que falsificadores de moneda.

Más información en «Leyendas de Madrid» de Reyes García y Ana Mª Écija.