En Madrid siempre proliferaron las fuentes abastecidas por los «viages de agua». Las había públicas y privadas, siendo éstas últimas el elemento central de patios y jardines de las viviendas de las clases acomodadas.
Hoy nos referimos a las fuentes públicas que daban servicio a los ciudadanos que no podían disponer de fuente propia. Las largas colas de gente que se montaban en torno a las fuentes obligó a que surgiera un nuevo empleo, el aguador, quien cobraba por repartir el agua.
La mayoría de las fuentes públicas estaban en las plazas, casi todas eran exentas y consistían en un pilón dentro del cual se encontraba el cuerpo principal de la fuente con alguna escultura alegórica que resultaba un ornamento para la ciudad.
Lo habitual era que el agua saliera constantemente por uno o más caños, pero si la fuente estaba adosada a un edificio solía tener un pulsador en el grifo. En las afueras de Madrid, las galerías se encontraban a cierta profundidad y las fuentes eran subterráneas, razón por la que había que acceder a ellas por una escalera.
Las conocidas como fuentes de la salud eran aquellas que abastecían de agua no potable para el consumo humano, aunque se les asignaba cualidades curativas, especialmente para las afecciones de riñón. Algunos ejemplos de estas fuentes de la salud se encuentran en el Parque del Oeste o en el Retiro.
Por último, las fuentes de vecindad eran las que podían usar exclusivamente los vecinos de una zona, quedando prohibidos los aguadores. Éstos acaparaban, en muchos casos, las fuentes públicas entorpeciendo el uso de particulares.
La Junta de Fuentes era la encargada de asignar a cada fuente un caudal. Sólo las fuentes situadas al final de cada ramal de la red de distribución se las dejaba a caño libre para evitar desbordamientos. El agua que sobraba de estas fuentes era destinada para las huertas y la limpieza general.
Más información en «Los viages de agua y las fuentes de Madrid», de Emilio Guerra Chavarino.
Comentarios recientes