El pueblo de Madrid alberga en su callejero un conjunto de leyendas, epopeyas, divinidades, hechos milagrosos, relatos un tanto curiosos e incluso estados de ánimo. Es el caso de la calle de la Amargura. En la actualidad, ostenta este nombre una calle que se encuentra muy cerca del Alto de Extremadura, en la zona suroeste de Madrid.
En esta ocasión -como en otros casos- existen distintas versiones que explican el origen de esta calle. La primera explicación responde a criterios naturales, ya que en la zona existía una laguna donde crecían hierbas de extremo amargor. En este sentido, parece que el nombre proviene del sentido del sabor, sin más.
Sin embargo, existe una segunda versión que apela a otro tipo de amarguras, las que tienen que ver con los sentimientos, en este caso. Parece que era aquí donde las mujeres despedían a sus maridos -ahora convertidos en soldados- cuando se marcharon junto al rey Alfonso XI a luchar contra los árabes.
Era allí donde se vivían escenas dolorosas de las esposas y los hijos de aquellos hombres que se marchaban a la guerra. Por este motivo, el arzobispo de Toledo, que dirigía la ceremonía y bendecía a los valerosos caballeros, exclamó: «Este es el lugar de la amargura». De ahí el dicho tantas veces repetido de «me traes por la calle de la amargura».
Existe una última versión y es la que señala que por esta calle pasaban los reos que eran condenados a muerte y ejecutados en la Plaza Mayor. Esta posibilidad daría al traste con la localización de la actual calle de la Amargura y la situaría en la calle de Siete de Julio (conocida así desde mediados del S. XIX).
Más información en «Madrid para morirse… de risa y de asombro», de Ángel del Río.
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