El S. XIX español se caracteriza por una sucesión de conflictos. Empieza con la guerra de la Independencia contra Napoleón. Las Cortes de Cádiz, que habían gestado la primera Constitución española, propician un continuo conflicto entre absolutistas y liberales. Después llegarán las luchas entre carlistas e isabelinos y -por último- la pérdida de las colonias de ultramar.
Con este contexto histórico, Madrid -como Corte y capital- no es ajena a las intrigas del poder que ocurren en el país. Sus calles serán el escenario de peleas entre generales que medirán sus fuerzas y se disputarán el dominio político. Pero no todo irá en su contra.
A finales del S. XIX, Madrid conseguirá desprenderse de dos problemas que dificultaban su crecimiento. Por un lado, se pone fin a la ordenanza que impedía construir fuera de los límites de las cercas de los tiempos de Felipe IV. En otro orden, se conseguirá el abastecimiento de agua procedente del Canal de Isabel II.
Estos cambios traerán como consecuencia la Revolución industrial. A partir de ese momento Madrid dará un cambio radical, deja de ser únicamente la capital que albergaba a la Corte y se empeña en generar riqueza. Los planes del ensanche impulsan la creación de nuevos barrios y zonas industriales.
El ferrocarril, por su parte, influirá en la creación de nuevas fábricas y mercados de abastos. Es el momento en que aparecen las barriadas de obreros, zonas donde se instalarán los trabajadores -venidos desde todos los puntos de España y del ultramar- en pésimas condiciones. Serán ellos quienes contribuyan a que Madrid se convierta en una moderna ciudad industrial.
Más información en «Atlas ilustrado de la historia de Madrid», de Pedro López Carcelén.
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