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Los espacios abiertos de la ciudad fueron lugares de encuentro y de reunión para los habitantes, lo que favoreció el desarrollo de ocios sociales de diferente tipo. Su distribución en la ciudad se muestra dispersa, pero crecieron de manera general con los procesos de reforma aplicados a toda la ciudad y de ampliación general de la villa hacia el este a partir de la Edad Media. En esta fase, el trazado tortuoso y las dinámicas de crecimiento desordenado que tuvieron lugar desde el siglo XIII hacían de los espacios abiertos una verdadera excepción que adquirieron una mayor presencia en los siglos XVII y XVIII.

No obstante, se fueron formando con el desarrollo de la ciudad, y los hubo de relativa extensión en la plaza de San Salvador, frente al Alcázar, en la plaza del Arrabal y en la de la Paja. Así mismo, frente a las parroquias de las colaciones se formaron plazuelas y zonas auxiliares (San Nicolás, San Salvador, San Miguel, etc.) y ante las puertas de la muralla áreas abiertas (plaza de Valnadú, plaza de Puerta Cerrada, plaza de la Puerta de Moros). En todos estos espacios, además del trasiego constante que recibían, funcionaron algunos puntos de venta que congregaron a la población. Así mismo, pudieron albergar algunas diversiones públicas señaladas en las fuentes del momento como jugar al chito o al tejo, que aparecen registradas en el Fuero de 1202, y la bola, y los birlos que recoge el libro de acuerdos del concejo del siglo XV.

Desde el siglo XVI todas estas dinámicas se intensificaron por el desarrollo urbanístico que fomentó el acondicionamiento de nuevos espacios abiertos en el marco de expansión de la ciudad y de reforma urbana desarrollados bajo diferentes contextos. Aunque los espacios de encuentro y de reunión social fueron muchos, las plazas y plazuelas, por ser lugares de movilidad y por ubicar frecuentemente puntos de venta tuvieron una especial relevancia. Del mismo modo, en estos y en otros lugares, las fuentes públicas dispersas por todo el entramado urbano congregaron a la población para satisfacer necesidades que iban más allá del avituallamiento de aguas.

En el siglo XVII, por ejemplo, las fuentes de Caños del Peral, de la Priora y de Leganitos fueron lugares de cháchara amorosa y de cortejo que motivó que el concejo emitiera una disposición en 1610 que prohibía a los hombres y mujeres que hablasen en las fuentes después del anochecer, como informó Luis Martínez Kleiser (1926) en su Guía de Madrid para el año 1656. Publicada 270 años más tarde. Fenómenos similares se certifican en otras fuentes de la villa, más aún en algunas que tenían propiedades curativas, lo que justificaba una mayor concurrencia en torno ellas. Insertos en todos estos espacios figuraban los mentideros, que eran «puntos de tránsito y parada públicos y al aire libre [de] más habitual concurrencia». Hubo varios y con distintas peculiaridades.

El mentidero de las Losas de Palacio estaba cerca de la plaza del Alcázar; era un espacio concurrido por la presencia de la residencia real y por la actividad que se generaba en torno a ella. Así mismo, existían lugares de frecuentación social (como la plaza de los lavaderos de los Caños del Peral y el juego de Pelota) y era un espacio de entrada y de salida a la ciudad. El que existió en la antigua Puerta de Guadalajara fue famoso y gozaba de una posición privilegiada por su emplazamiento en la misma calle Mayor y por su proximidad a la plaza de San Salvador, mientras que el mentidero de las gradas del templo de San Felipe, en la antigua Puerta del Sol, fue el más popular, por su posición céntrica. Finalmente, al este de la ciudad se encontraba el mentidero de los «Representantes» o de los «Artistas», cerca del espacio de instalación de los teatros del corral de comedias que fue «el punto de reunión de los cómicos y aficionados»

Texto incluido en nuestro libro ‘Crónicas del Madrid del Antiguo Régimen. Viajeros y fiestas entre los siglos XV y XVIII‘ de Alejandro García Ferrero.