Siempre ha habido clases en Madrid. Y esas clases habitaban en unos barrios bien diferenciados en siglos pasados. Los tres más emblemáticos han sido Maravillas, Barquillo y Lavapiés, cunas de la majeza, la chispa, y la manolería respectivamente, las tres representaciones del casticismo madrileño.
El barrio de Maravillas –hoy conocido como Malasaña- destilaba un aroma de alegre señorío popular. Destacaba por sus cuarteles, iglesias, hospicios y conventos. Era la zona del antiguo pozo de las Nieves, entre las calles de Barquillo, Noviciado, Alcalá y Sol.
Sus gentes, los majos, eran personas de baile de salón y candil, aunque de vivo ingenio. Y más concretamente la “maja” será un personaje vinculado de por vida al costumbrismo madrileño y a episodios históricos. Sobre todo, desde que el maestro Goya la inmortalizara pictóricamente o Ramón de la Cruz las recogiera en sus sainetes.
En el S. XVIII aparecen por primera vez las majas, en 1760, como casta popular. Eran estas mujeres hospitalarias, sinceras y de mente lúcida e ingeniosa. Diligentes y afanosas, les gustaba acudir a los bailes de candil o a los toros en manuela o calesín. Acuden a las botillerías y animan espléndidamente a los tímidos y a los tristes.
Su aspecto era muy característico. Llevaban corpiño ajustado, falda ahuecada de punto sobre enaguas y camisa en forma de chaquetilla. Sus pies calzaban chapín de seda de tacón alto. Como complementos, se cubrían la cabeza con mantón de seda o encajes y llevaban en el cuello muestras evidentes de su devoción, como medallas de las vírgenes o santos que veneraban con adoración.
Más información en “Madrileñas de armas tomar” de Ángel del Río.
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