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Uno de los mayores exponentes de nuestro Siglo de Oro dejó huella en nuestra ciudad. Después de viajar por Granada, Salamanca, Cuenca y Toledo recala en Madrid a la altura de 1617 para ser capellán de Felipe III. 

Retrato de Luis de Góngora (Velázquez, 1622)

En 1619 se instala definitivamente en una vivienda pequeña situada en la esquina con la actual calle de Lope de Vega, muy próxima a la Ópera. Amuebla la casa de manera exquisita y así se lo hace saber a sus amigos «he alquilado una casa que, en el tamaño es dedal y, en el precio, plata».

Las crónicas de su tiempo le acusan de murmurador, de acudir muy poco a los coros y mucho a los festejos. Es criticado por llevar una vida alegre y componer poesías ligeras. Pero ése fue un juego en el que no sólo él salió damnificado. Como se sabe, calumnió y fue calumniado.

El que fuera maestro de la sátira entró en una crisis económica que le llevó a vender su casa. Para colmo, su mayor enemigo, Francisco de Quevedo, fue quien la compró y le desahució. Corría el invierno de 1625 cuando Góngora fue expulsado por no pagar el alquiler.

Vivió en la Corte hasta 1626, donde se arruinó para conseguir cargos y prebendas a casi todos sus familiares. Al año siguiente, pierde la cabeza y regresa a Córdoba, su ciudad natal, donde muere de una apoplejía sumido en la pobreza.

Más información en «Leyendas e historias del barrio de las Letras», de Francisco Azorín.