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Cuando hablamos del comercio del libro antiguo tenemos que referirnos, necesariamente, al Rastro. Pero no al Rastro que actualmente todos conocemos más o menos acomodado y regulado sino al destartalado, cutre e insalubre Rastro que existió en el siglo XIX.

Fue allí donde los que más tarde se convertirían en los principales libreros de viejo, en su día rastrearon y excarbaron entre los desechos de hogares que se vertían anárquicamente. Allí encontraron libros usados y nuevos que luego pudieron aprovechar para vender.

Al Rastro llegaban bibliotecas enteras como negocio de menor importancia. Hay que tener en cuenta que en el último tercio del S. XIX Europa occidental atravesaba una profunda crisis económica que afectaba al comercio del libro. Tanto era así, que todos los días salían a la venta numerosas bibliotecas de libros raros y curiosos, cuya abundancia sumía en la más fría indiferencia a compradores y vendedores.

Los libreros, en vista de la escasa repercusión, bajaban muchísimo los precios lo que provocaba desconcierto e inquietud entre los clientes. Éstos, sugestionados por la incertidumbre del porvenir y ante la perspectiva de tiempos peores, despreciaban las ocasiones abandonando piezas que luego han valido un dineral.

Más de un centenar de años han pasado desde aquellos tiempos, pero lo cierto es que cada generación de libreros y coleccionistas de libros recuerda con cierta nostalgia las oportunidades de los años mozos. Incluso el Rastro de los años sesenta y setenta del siglo pasado es rememorado con melancolía, sobre todo cuando se comparan los precios de los libros en España antes de entrar en la Unión Euopea con lo que son ahora.

Más información en  «La cripta de los Libros» de Peter Besas.