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Nos acercamos al Día de Todos los Santos, así que nada más apropiado que referirnos a un par de callejones de Madrid, cuyos nombres están muy relacionados con lo que implica esta festividad. Os contamos algunas curiosidades.

El callejón de los Cementerios era como popularmente se conocía al camino de Aceiteros, situado en la zona de Moncloa. En realidad, era una vereda por donde transitaban los arrieros que traían el aceite a Madrid. Hasta el S. XIX, en todo su recorrido se podían ver las tapias de cuatro cementerios: la Sacramental de San Ginés y San Luis, el general del Norte o de la Puerta de Fuencarral, el de la Patriarcal y el de la Archicofradía de San Martín. Cuando se derrumbó la capilla del cementerio de la Patriarcal, con sus paredones y columnas, quedaron durante mucho tiempo a la vista los ataúdes ofreciendo un siniestro paisaje. En aquel solar hoy hay edificios de viviendas, entre las calles de Donoso Cortés y Magallanes.

Explanada junto al Cuartel de Guzmán el Bueno y Cementerio de la Patriarcal (1936). Fotografía: Comunidad de Madrid (Archivo Santos Yubero)

Pero Madrid también tuvo su callejón de los Muertos, un nombre que responde a varias leyendas. Por un lado, se dice que hubo dos madrileños a los que se les dio por muertos en la guerra de Granada, durante el reinado de los Reyes Católicos, y luego aparecieron vivos y se instalaron en esta zona, cuando ya todos los creían muertos.

Otra leyenda atribuye su nombre al apellido de una ilustre familia que habitaba en este callejón. Una tercera versión señala que dos hermanos que eran vecinos de esa calle murieron el mismo día en circusntancias distintas. Por último, hay quien dice que se llamó así en memoria de los muertos que durante una epidemia, no habiendo sitio donde enterrarles, fueron abandonados en esta calle.

Por cierto, que el callejón de los Muertos pasó a llamarse del Clavel, aunque a partir de 1835 se denominó Trujillos, que no ha de confundirse con la Travesía de Trujillos. Casualmente esta travesía antes se llamó calle del Ataúd porque en ella vivían los enterradores del cementerio del convento de San Martín y siempre tenían dispuesto un ataúd para los entierros de caridad.

Más información en Madrid para morirse… de risa y de asombro, de Ángel del Río.