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Aunque este año está de moda hablar de la Gran Vía por su centenario, hay que decir que esta es una de las calles más modernas del centro de la ciudad. Sería osado intentar abordar aquí toda la historia de esta arteria, porque son muchos los hitos que la han tenido como escenario.

Es por eso por lo que dejaremos a un lado los aspectos técnicos de su construcción, sus tramos y proyecto urbanístico y nos decantaremos por otro de los rasgos que la caracterizan: los grandes almacenes. Pero trataremos sobre los que hubo en su origen, cómo fueron concebidos y en qué se transformaron.

Los primeros grandes almacenes que hubo en todo Madrid fueron los Madrid- París, en la Gran Vía 32 -debajo del actual edificio de Prisa-. Fueron promovidos por la filial de los Almacenes Louvre de París. El edificio fue acabado de construir en 1924 por Teodoro Anasagasti y su suegro José López Sallaberry.

Un año antes se abrían por primera vez al público Madrid- París, unos grandes almacenes dedicados a la venta de todo tipo de artículos, desde los propios de una mercería, de una zapatería o de confecciones hasta juguetes, bisutería, comestibles, etc.

Al cabo de los diez años, la empresa quebró por una mala gestión y por la coyuntura económica. Pero también tuvo mucho que ver que los escaparates no daban directamente a la acera. La tienda estaba bajo unos soportales lo que impedía que la gente que paseaba por la Gran Vía se acercara a ellos.

En 1934 los almacenes Madrid- París fueron comprados por SEPU (Sociedad Española de Precios Únicos), que reformó los escaparates llevándolos hasta el borde de la acera. La filosofía de esta empresa fue vender todo tipo de artículos a precios muy bajos, de una a cinco pesetas.

En 1935 se inauguraban los Cines Madrid – París, que tenía pases desde las once de la mañana hasta las dos de la madrugada. La fachada destacaba por su gran cristalera en la que brillaban los neones. Cuatro años después pasó a denominarse Cine Imperial, nombre que ha mantenido hasta que cerró -no hace mucho-.

El edificio fue reformado poco después por Anasagasti. El sótano quedó para almacén, en las cuatro primeras plantas estaban los comercios y en las dos últimas se instalaron oficinas. Adicionalmente, elevó cinco pisos que fueron destinados a oficinas y emisoras de radio. Desaparecieron los templetes con cúpulas que remataban las esquinas del edificio y tras la Guerra Civil se colocó una escultura del Ave Fénix.

Más información en «La Gran Vía. Cien años de historia», de Mª Isabel Gea Ortigas.