La Cuaresma ha sido -históricamente- una época que se vivía con solemnidad y recogimiento. No se permitían celebraciones ni fiestas. Por poner sólo un ejemplo, hasta el Domingo de Resurrección no se podía silbar o cantar en público. El ayuno era obligatorio y la tónica en el vestir era la sobriedad.
En el S. XVIII estaba prohibida la circulación de coches el Jueves y Viernes Santo. Solo se veían sillas de mano para desplazar a las damas de la nobleza.Tampoco tocaban las campanas de las iglesias que eran sustituidas por el ruido seco de las matracas. Aún hoy, algunas procesiones como la del Monasterio de las Descalzas Reales conservan esta tradición.
Lo habitual era que el día de Jueves Santo se visitaran los monumentos y los altares mayores, donde se encontraban guardadas en arcas los cálices con las Formas Consagradas durante los Oficios. Se recorrían siete iglesias, las siete estaciones del Vía Crucis. Y a la salida se pasaban por las mesas petitorias donde las damas de la Corte pedían para fines benéficos a cambio de una estampita.
Fernández de los Ríos se refiere a los actos más importantes del Jueves Santo, los oficios más admirados del Jueves Santo se celebraban en la Iglesia de Las Comendadoras y en la de Las Calatravas, pues a los primeros asistían los Caballeros de la Orden de Santiago y en los segundos, celebraban capítulos las Órdenes militares de Alcántara, Montesa y Calatrava, que recorren la calle de Alcalá con sus vistosos hábitos.
Más información en Fiestas Tradicionales Madrileñas de Reyes G. Valcárcel y Ana Mª Écija.
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