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Si por algo se ha caracterizado Madrid siempre es por su amor al arte y más concretamente al teatro. Algunos teatros que sobreviven en nuestros días ya existían siglos atrás. Es en el S. XVI cuando tiene lugar la primera representación teatral en un corral. Lo contamos a continuación.

Se trataba del Corral del Limosnero, un patio interior situado en la Plaza del Ángel –en pleno barrio de las Letras- cuyo aforo era de seiscientas personas. La obra se representó el 5 de mayo de 1568 y estuvo dirigida por Alonso Velázquez.

Sin embargo, se tiene constancia de que ya en 1561funcionaba como recinto teatral el Corral de la Pacheca, donde se interpretaban representaciones breves. Estaba justo al lado del Corral de Comedias del Príncipe –situado en la calle que lleva su nombre- y que se construyó, años después, en 1582. No será hasta el 21 de septiembre de 1605 cuando el Corral del Príncipe se abra al público por primera vez.

Corral del Príncipe

La distribución clásica de los corrales era siempre similar. Las mujeres tendrán su sitio en el piso alto -lo que se denomina “cazuela”- para evitar la mezcla de sexos entre el público. Las gradas estaban en los laterales a lo largo de las paredes, mientras que al patio central daban las ventanas de las habitaciones de las casas que conformaban el recinto. En las ventanas de la planta baja había rejas –de ahí el nombre de corral-, mientras que en los pisos superiores estaban los aposentos y los desvanes, desde donde también se contemplaba la representación. El patio estaba dividido por una viga que hacía las veces de separación entre el escenario y el público, que podía estar sentado en bancos corridos o tras ellos pero ya de pie.

Las funciones pasarán a ser diarias en tiempos de Felipe IV, ya que antes sólo se daban los días festivos. El importe se hacía a plazos e iba dirigido a distintos destinatarios. Un cuarto se pagaba en la puerta del corral y era para el director de la compañía, mientras que en la segunda puerta se abonaban tres cuartos del importe y era la cantidad que se dedicaba a fines benéficos. Por su parte, las mujeres pagaban veinte maravedíes más por ocupar la “cazuela”.

La función comenzaba con música. Después comenzaba la loa y a continuación el primer acto de la representación. Entre acto y acto se interpretaba un entremés y para concluir siempre había el baile, la jícara, la mojigota o el sainete.

Más información en “Leyendas e historias del barrio de la Letras” de Francisco Azorín