Al final de la calle Infantas, cuyo primer trozo se llamó del Piojo, ya próximo a la del Barquillo que, junto a la calle de la Almudena y la de Lavapiés, tuvieron en exclusiva el título de ‘Real’.
El rincón es bello y evocador y en él se encuentra la llamada casa de las Siete Chimeneas (pertenece al ministerio de Cultura) que, tras felices reconstrucciones en 1905 y en 1957, realizadas por empresas bancarias, ofrece su exterior lleno de un encantador aire genovés, traducido al castellano. En su interior posee la adecuada ambientación ya que no faltan cornucopias, porcelanas, relojes, tapices y cuadros.
Esta casa originó leyendas: que si la construyeron Herrera y Silleiro; que si fue destinada para que sirviera de encierro fastuoso a una hija ilegítima de Felipe II, quien se dice que mandó poner las siete chimeneas como símbolo de los siete pecados capitales, manifestando así este taciturno monarca su extraño sentido del humor; que si la recluía se volvió loca y por las noches se subía a la terraza, daba algunas vueltas en su derredor para finalizar mirando hacia el Alcázar con gestos airados: que si después de muerta, seguía haciendo cada sábado su espectro el mismo recorrido.
Pero viene la erudición y dice que simplemente de todo eso, nada de nada. Ya que el edificio fue construido en el último tercio del siglo XVI por Andrés de Lurano, que las siete chimeneas eran los tiros y respiraderos de los siete salones de su piso principal y así podríamos ir guillotinando supuestos legendarios, incluso el del fantasma paseando por la terraza a la luz de la luna. (Sobre este punto quiero indicar un hecho real que tal vez ponga una duda mayor en el ánimo del lector. Cuando no hace muchos años se realizaron unas obras, al pie del edificio apareció el cadáver de una mujer joven en buen estado de conservación, a pesar de llevar mucho tiempo enterado según el dictamen de los expertos. Era sábado. Las doce de la noche. Enfrente un luminoso que ponía con letras grandes: “Casablanca”. El Alcázar ya era el Palacio Real y no se veía desde allí porque los edificios de la Gran Vía lo impedían).
Sin embargo, hay historia, verdadera historia, en esa casa, como comprobamos al estudiar algunos de sus importantes habitantes: dos nombres de favoritos reales: el conde-duque de Olivares, antes de ser señor de España, y Manuel Godoy, que fue inquilino unos pocos días. Tal vez, el personaje más famoso fue el marqués de Esquilache. Aquí vinieron las turbas a buscarlo, cuando el famoso motín, pero no lo hallaron y los muebles y un criado fueron las víctimas propiciatorias de la ira popular.
Texto incluido en ‘Leyendas y anécdotas del viejo Madrid‘
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