Por la Calle de Felipe V desembocamos en la plaza de Isabel II, vulgarmente conocida como de la Ópera por muchos madrileños, no sólo por la influencia que tiene en ella el teatro dedicado al género sino por la estación del metropolitano con tal nombre. Ha tenido otros, como de los Caños del Peral, debido a la existencia en ella de la fuente de tal nombre a la que aludiremos más tarde, del General Prim, de la Ópera y de Fermín Galán, durante la guerra civil. En 1941 recuperó el que hoy mantiene.
Está formada sobre una barrancada, de ello da buen idea aún el desnivel de la calle de la Escalinata, en la que se asentaban las calles de San Bartolomé, Tintes, Subida de los Caños y parte de la del Espejo, más la plaza de Garay y un pequeño puentecillo que salvando los altibajos de la zona, unía la calle del Arenal con la fuente llamada de los Caños del Peral o del Arrabal, la que aprovisionaba a los lavaderos de la villa, compuesta por 17 pilas y a unos balnearios públicos. Se saber que en el año 1991, al remodelar la estación del Metro, apareció en perfecto estado de conservación, aquélla, de 25 metros de longitud, la que se sitúa detrás de uno de los andenes.
Junto a tales lavaderos, existió un corral donde, a partir de 1704, se instaló y empezó a representar obras líricas al aire libre una compañía de actores italianos, Los Trufaldines, dirigida por Francisco Bartolí. Luego lo que había sido prácticamente una barraca, se fue convirtiendo primero en un modesto teatro y más adelante, en uno ya de cierta entidad, llamado Coliseo de los Caños, dedicado a ópera italiana hasta que por Real Orden dictada por Carlos IV se prohibió la representación de obras no escritas en español así como su interpretación por actrices y actores extranjeros. Durante unos años actuaron compañías de zarzuela y otras de tipo dramático. Fue derribado en 1818.
La superficie que hoy en día ocupa la sala de espectáculos que hace esquina a la calle de la Priora, fue antaño un enorme palacio propiedad de D. García de Barrionuevo y Peralta, consejero del emperador Carlos I. Más adelante, ya en tiempos de Felipe III, lo ocupó el presidente del Consejo de Castilla, D. Pedro Manso. Posteriormente tuvo otros usos como Centro Obrero y la que fue la famosa imprenta Ducarzal.
No podemos abandonar la plaza sin dirigir nuestra atención a la estatua que en su centro le fue erigida a la reina Isabel II. Obra del escultor José Piquer, al igual que el pedestal, todo costeado – 5.000 duros – por el Comisario General de Cruzada, Son Manuel López Santaella, increíblemente fue inaugurada el 19 de octubre de 1850 pero sin acto alguno. Un año después, y aprovechando la noche, fue desmontada la estatua y trasladada al vestíbulo del Teatro Real, posiblemente a petición de la soberana, pensando que el nuevo lugar era más discreto. En 1905 fue trasladada de nuevo a su primer y actual emplazamiento. Tras la proclamación de la II República, el monumento fue objeto de represalias contra la Monarquía y destruido. Después de la guerra civil, tomando como modelo la que el mismo escultor hizo en mármol para la Biblioteca Nacional, se volvió a reproducir en bronce y a colocar donde la vemos. Esto sucedió en 1944.
Texto incluido en nuestro libro Recorridos por el veijo Madrid
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